Comentario
El concepto de crisis bajomedieval o del feudalismo encubre una realidad compleja, llena de contrastes, que la investigación, generalmente puntual o local, hace aflorar. La síntesis, que por definición es provisional, resulta por tanto muy difícil. Las carestías -ya lo hemos dicho- son propias de todas las economías preindustriales, aunque la frecuencia con que se producen en los siglos XIV y XV, y con ellas las sacudidas alcistas de los precios, permite sospechar que termina entonces el ciclo del largo crecimiento agrario medieval. Las mortandades ocasionadas por el hambre y la epidemia, mayores que los pasados siglos, no pudieron dejar de afectar al conjunto del sistema productivo, como parece indicarlo también la marcha de los salarios. Las últimas investigaciones (Ch. Guilleré, C. Argilés) contradicen las imágenes dramáticas y catastrofistas de antaño, pero nadie puede negar las quiebras bancarias, el endeudamiento institucional, las tormentas monetarias, la existencia de despoblados, etc.
Algunos autores se resisten a hablar de crisis, pero si tomamos como referencia una de las últimas investigaciones, puntuales y precisas, como la de Ch. Guilleré, sobre Gerona en el siglo XIV y con él aceptamos que la Peste Negra eliminó entre un 15 y un 20 por ciento de personas, y que después, entre 1360 y 1388, siguió la baja de la población con otra reducción, esta vez de un 30 por ciento, ¿qué debemos pensar que le sucedió a la renta señorial? ¿Acaso no debió experimentar un grave quebranto? Aunque a veces se pretenda separar la coyuntura económica de la dinámica política, no es razonable tampoco imaginar que los graves conflictos sociales y políticos del período (guerra remensa, bandosidades nobiliarias, enfrentamientos urbanos, pogroms, guerra civil) fueron ajenos a las realidades materiales subyacentes.
La investigación local, regional o sectorial de los últimos años corrobora el declive demográfico de la segunda mitad del siglo XIV, pero encuentra excepciones notables, como la ciudad de Valencia, y casos particulares de recuperación aparentemente precoz (Gerona). La propia ciudad de Barcelona, magistralmente estudiada por C. Carrére, muestra su fuerza económica y vitalidad a pesar de las sacudidas de la crisis, que no dejan de afectarla. De hecho, el gran comercio catalán, singularmente barcelonés, no sólo sobrevivió a los primeros embates de las dificultades sino que aparentemente se superó a sí mismo y, con él, la recuperación alcanzó a la banca y a la producción para la exportación. La investigación de M. Del Treppo muestra que la fuerza del comercio mediterráneo barcelonés se mantuvo e incluso quizá alcanzó la plenitud entre 1350 y 1450. Parece indicarlo el número y la importancia de las compañías dedicadas al gran comercio, la perfección técnica de los métodos mercantiles y financieros, la continuada actividad de las atarazanas, el volumen de los negocios bancarios y el esplendor cultural y artístico.
Hay sectores, por tanto, que parecen islas de prosperidad en un mar salpicado de dificultades, y la imagen es válida también en el panorama regional: la crisis parece especialmente severa en Mallorca, al menos desde el punto de vista demográfico; en Cataluña la marcha de la economía es desigual: mientras el sector del gran comercio supera dificultades y prospera, los restantes sectores conocen un declive seguramente más pausado de lo que creíamos, con fases incluso de recuperación, de modo que quizá la verdadera crisis global no llegó hasta la segunda mitad del siglo XV; el reino de Valencia, que conoció una regresión más bien suave durante el siglo XIV y los primeros decenios del XV, con fases de recuperación, entró en cambio en una etapa de crecimiento al menos desde mediados del siglo XV, pilotada por su capital, evolución a la que no debe ser ajena su condición de territorio en proceso de colonización; por último, Aragón, que también conoció dificultades y crisis, empezó a recuperarse a finales del siglo XV, aunque no lo hizo con tanto empuje como el reino de Valencia.
¿Dificultades o crisis, por tanto? El uso de ambos conceptos sirve para indicar que la llamada crisis bajomedieval es un fenómeno acumulativo de dificultades temporales y sectoriales, espaciadas por fases de recuperación, cuya suma y engarce puede llevar a una crisis global particularmente grave, como debió suceder en Cataluña durante la guerra civil de 1462-1472, un conflicto que nació de la crisis y llevó la crisis a su paroxismo.